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“Un día el joven asistió a una
reunión de un grupo juvenil judío.
Descubrió un nuevo mundo, y apren-
dió a estar orgulloso de su judaísmo.
Comenzó a leer, sumergiéndose en
3.500 años de historia judía. Decidió
ir a Palestina y ser un pionero. Tuvo
violentos encuentros con su padre.
‘Somos alemanes’ dijo su padre
‘¡qué nos importa un desierto en
Palestina! Somos alemanes,
hablamos alemán y nos sentimos
alemanes. No dejaré que un loco
como Hitler y algunos canallas en
uniformes disputen mi condición de
alemán!’ ‘¿Y dónde están tus alema-
nes’, dijo el joven, ‘¿tus amigos,
tus compañeros veteranos de guerra?
Si los alemanes no nos quieren,
nosotros no los necesitamos.
Alemania ya no es tu patria.’
Eran disputas perturbadoras, no sólo
por su violencia, sino por la aparen-
te imposibilidad de entenderse
entre generaciones”.

Günther B. Ginzel
  organizaba la emigración de jóvenes, y conseguí allí una carta para presentar a la policía alemana, que explicara la imposibilidad de entregar el pasaporte por encontrarse éste en el consulado italiano.

Así, finalmente, después de sobresaltos y angustias, pude partir en la noche del 24 de octubre de 1938, días antes de la fatídica Noche de Cristal.

En la estación de ferrocarriles de Berlín —Anhalter Banhof—, me despedí de mis amigos y mi familia, y abordé el tren hacia una vida nueva. Ciento cincuenta jóvenes judíos alemanes cruzamos la frontera con Italia esa noche, para ser recibidos por funcionarios de la maravillosa organización Aliyat Noar, que salvó del holocausto a 3.500 jóvenes judíos como yo, alemanes y austríacos.

En Trieste, nos reunimos con otros grupos similares y nos embarcamos en la nave italiana Gerusalemme hacia Palestina, adonde llegamos finalmente en noviembre de 1938.

Mientras tanto, mi familia permanecía en Berlín, y se enfrentaba a las crecientes presiones nazis, a un futuro incierto, al temor, y a la emigración forzada. En 1939, después de grandes esfuerzos, penosas experiencias y mucha suerte, lograron finalmente emigrar a Chile.

Desde mi salida forzada de Alemania en 1938, hasta el reencuentro con mi familia en Chile, pasaron diez años y la Segunda Guerra Mundial completa. Una década histórica, que viví primero en un kibbutz en Palestina y luego en África y Europa como soldado del Ejército Británico, mientras mi familia luchaba por construir una nueva vida en Chile.

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